IV

Llegué al aeropuerto con demasiada anticipación, compré una revista y un paquete de mis galletitas favoritas para entretenerme durante la espera.

Me senté en la sala de espera y abrí la Vogue. Asiento por medio se ubicó un hombre que abrió un diario y empezó a leer. Entre nosotros quedaron mis galletitas.

Cuando agarré la primera.... ¡El hombre también agarró una! ¡Qué descarado! Me sentí indignadísima, pero no dije nada más, si hubiera sido más corajuda le hubiera pegado una piña para que nunca jamás se olvide de mí.

Cada vez que agarraba una el hombre también agarraba una. Aquello me estaba empezando a molestar tanto que no conseguía concentrarme en la revista. Cuando quedada apenas una galleta pensé: ¿Que hará ahora este abusador?

Entonces el hombre la partió en dos y dejó una mitad para mí. ¡Ah no! Esto me pareció demasiado, empecé a transpirar de la rabia, cerré la revista, agarré mi carrión y me fui al sector de empaque. Después de todos los trámites me senté en el asiento 22C del avión, abrí mi bolso y para mi sorpresa ahí estaba mi paquete de galletitas, intacto, cerradito.

Sólo ahí percibí lo equivocada que estaba, que vergüenza, había olvidado que había metido el paquete en mi cartera para comerlas después. El hombre había compartido hasta la última galleta sin sentirse indignado, nervioso, consternado o alterado, y ya no había tiempo ni posibilidades de disculparme...

Pero sí para razonar.

¿Cuantas veces en nuestra vida sacamos conclusiones cuando deberíamos observar mejor?